domingo, 13 de febrero de 2022

La canasta del día de la madre - Historias de San Andrés

Llegaba el día de la madre y la “Pedro Nufío” se preparaba, con canciones y dramas para celebrarlo. Esas princesas hermosas y valientes como La Habana. Se escuchaban canciones como: Madrecita querida y el himno a la madre que muchas comentaban entre ellas cuanto les gustaba; también nunca faltaba el típico drama de una familia donde la mujer se quedaba en casa con los niños, el hombre se iba a trabajar, regresaba borracho y comenzaba a golpearla.


Por supuesto que es imposible olvidar el trillado poema aquel de “mi mamá es una rosa y mi papá es un clavel”. De hecho ya muchas de ellas se sabían el programa y todos los puntos que contenía de memoria, la mayor parte lo disfrutaban aunque algunas otras casi se dormían de aburrimiento, se quedaban únicamente por la comida.


Al final de la celebración había un último punto, para muchas muy esperado y para otras según ellas comentaban, algo que ya estaba amañado. Se trataba de la rifa de la canasta del día de la madre. Esta contenía dentro cosas básicas como ser: arroz, frijoles, espaguetis, sal, azúcar, sardinas y alguna bolsa de harina de la que hacían leche para los niños en la vieja cocina.


Ganarla era el sueño de todas, no estaba llena de carnes mucho menos de mariscos. Era una canasta simple pero para cualquier mortal en aquel pueblo era la oportunidad de poder probar algo diferente al típico menú de frijoles con tortilla, si es que habían frijoles, si no tortilla con sal y sino había sal en el peor de los casos tortilla con café, etc…  Eran tiempos en donde no todos podían comprar una libra de espaguetis, ni mucho menos una sardina. 


Para poder comenzar el sorteo hacían más de cuatrocientos papelitos; luego la profe Hilda explicaba detalladamente a las madres la dinámica del sorteo. ¿Algún padre presente que me preste un sombrero para meter los papelitos dentro por favor?, Decía la profe mientras los niños impacientes bajo el sol esperaban en suspenso.


Las consignas eran siempre las mismas de años anteriores: "La persona que tenga el papel con la palabra madre esa es la ganadora, el papel no puede ser abierto  hasta que yo se los indique- Decía la profesora Hilda. Las madres cumplían la primera consigna porque no tenían otra opción pero esperar a abrirlo para ellas eso significaba un siglo, además, al momento del sorteo sus hijos dejaban lo que estuviesen  haciendo y corrían hacia ellas con la esperanza de encontrar a su madre ganadora. 


Cada quien abría su papelito y el consuelo de una era que si ella no lo tenía la vecina tampoco. Cuando la mayoría de los papeles habían sido abiertos  los sensores de las unas y las otras se encendían como las antenas del chapulín colorado curioseando a la madre de alado en aras de ya saber quién había ganado la dichosa y anhelada canasta.


Aquello no estaba amañado como muchas madres  pensaban aunque tenían un motivo que las remitía a las dudas. Creer lo que después de años en la rifa sucedía era incapaz. No obstante todas estaban seguras que el presente año pasaría lo mismo y efectivamente pasaba. 


Mientras todas abrían sus papeles en pleno sol con sus caras cubiertas de vaselina desde en medio de la multitud como ya era habitual con un tono de cierta ignorancia pero sabiendo muy bien que ya había ganado levantaba la mano la Marina. -Profe a mí me apareció; aquí dice madre, yo creo que este es pero mírelo usted profe- Mientras los profesores confirmaban las voces murmuraban: -Bien dije que la Marina la ganaría, -otra vez la Marina, -nombre todos los años la Marina- Algunas decepcionadas y otras muriéndose de la risa; pues la canasta del día de la madre siempre la ganaba la famosa Marina y la presente no había sido la excepción.  


Muchas veces se desaparecía durante toda la celebración a lo que las madres bromeando se decían entre ellas: -talvez hoy que no está la Marina ganamos nosotras- Sin embargo  aparecía al final ya cuando iban a rifar la canasta y el resultado era el mismo. Comentaban algunas madres que la Marina llegaba tarde a la escuela porque primero iba a la celebración del día de la madre en el centro de salud donde la canasta era mejor, más grande y donde también siempre la ganaba sin importar la competencia.


Con el paso del tiempo al momento de anunciar la rifa de la Canasta del día de la madre todas se reían y gritaban: -Entréguensela  a la Marina, -entréguensela a la Marina. Resignadas y consientes  que durante ella estuviese sería imposible que otra ganase. 


Era una mujer con necesidad pero habían otras como ella o quizás peor. En cambio, no era culpable de ser tan afortunada y casi acosada por las canastas, tampoco  ser vista como una estrella. Como dirían los tigres del norte “la suerte estaba de su lado y a ella siempre le tocaba ganar”. Cuando la Marina se iba muchas madres tristes la veían con la canasta en la cabeza y su sonrisa en la mejilla. 


Quizá y aun continúa viva dicha celebración allá en el viejo San Andrés, quizá y murió; tampoco se sabe si aún sigue ganándose las canastas de dicho día. De  lo que no cabe duda es que sigue viva y se ha convertido en una despiadada asesina, asesinar es su negocio, su oficio, según aseguran para ella  muy padre. Lo disfruta en su humilde casa cada sábado vendiendo carne de chancho. Es querida y muy conocida sin ser artista ni cineasta;  más si un apodo hubiese tenido seria: “Marina canasta”. 


 Por Jose Orlando Pineda







 

 

 

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