domingo, 19 de diciembre de 2021

Reencuentro



El tiempo continúa su marcha inexorable sobre los caminos de la humanidad, llevando a su paso fragmentos de vidas pasadas y de las cosas que se juzgan eternas a simple vista; pero que, una mañana de tantas, se desvanecen, como borradas por una mano invisible o por una fuerza creada a beneficio del caos.


Es probable que Leonardo haya olvidado la fragilidad del hombre ante la fuerza del cosmos, quizá no adivinó la trampa del círculo del tiempo. Igual que muchos individuos, vivía una escena repetida infinitamente, esperando que un titiritero universal decida interferir de facto en la secuencia de los días, romper el hilo conductor de la historia vivida.


Parecía una mañana usual. Leonardo se disponía a continuar el proyecto hartamente conocido y que se detallaba en una especie de agenda mental, que se movía, según pasaban las horas, en espirales predecibles. Sus ademanes eran mecánicos, como la mañana anterior, caminaba entre el umbral del sueño y la realidad y, al estar frente al espejo del lavabo, había ocurrido algo terrible: su rostro no era el mismo, había mudado de forma, estaba ante un desconocido, con facciones extrañas, su piel presentaba surcos graves, huellas inequívocas de las noches de ronda. 


La mirada de Leonardo quedó fija ante el cuadro increíble del espejo. El espacio reducido de su cuarto se había oscurecido completamente y entre las sombras surgió la escena de Rose, la moza de ojos color de avellana y de dulces labios, quien muchos años antes le había rogado que no la abandonara en aquel puerto enmohecido, pues temía que el invierno que se aproximaba trajera malos designios, ya que su padre tenía planes de viajar a sitios donde florecía el comercio. Además que ella, después de su padre, no tenía a nadie más en este mundo. 


Leonardo pudo recordarse a sí mismo: un caballero reluciente, de gustos y pensamientos refinados, mejor dicho, todo un gentleman de la modernidad y que, aun así dicho era incaera incapaz de asumir responsabilidades imprescindibles.


También pudo recrear el momento preciso de su última conversación con Rose, ella estaba muy triste y él, como siempre, indiferente. Recordó que en ese instante, algo pudo presentir cuando ella se aproximó tanto como pudo, hasta quedar con las miradas entrelazadas. Ella con sus ojos llenos de rocío y los de él extasiados en el presente. Luego pudo oír otra vez sus palabras, las que ahora entendía cabalmente: “No pierdes la compañía que puedo darte; pierdes el tiempo que pudiste vivir a mi lado. Hemos llegado al final de nuestro camino y cuando quieras regresar, estarás perdido entre las penumbras de la memoria. 


Adiós.” Leonardo se despidió de ella con un beso largo en la mejilla y sintió en su boca el sabor amargo de las lágrimas que Rose había vertido.


El eco de la voz de Rose, la moza de ojos color de avellana, retumbó en el cerebro de Leonardo. Lo retrajeron al momento presente, en el cual había descubierto, frente al espejo, los presagios irrevocables de la vejez.


Leonardo se examinaba el rostro con sus manos y sentía que la belleza se escapaba como arena entre sus dedos; sin embargo aún quedaban rasgos físicos de su sonrisa perfecta. Volvía a mirar a su alrededor y le parecía haber despertado en una realidad que desconocía, construida por objetos llenos de herrumbre.


De repente observó su reloj de manecillas de oro y recordó su cita recordó su cita con una joven mujer, que había conocido en el Club de Oficiales, del cual era miembro honorífico. Por fin vistió un Christian Dior que, sin él presumirlo, lucía como un verdadero caballero europeo, de refinados gustos y pensamientos. Llegó al restaurante francés a la hora indicada. Debido a su excelente reputación, prescindía de reservaciones previas, y, como a él le gustaba, ocupaba su asiento con una botella de Borgoña en la mesa, en espera de su nueva conquista.la mesa.


Como siempre pasaba la dama, mucho más joven que él, llegaba un poco tarde, debido a los temas femeninos que Leonardo comprendía perfectamente y que ella no estaba dispuesta a discutir. La comida estuvo exquisita, salvo que el boeuf bourgignon estaba, según Leonardo, pasado de cocción, sin embargo nada ofensivo a su delicado paladar.  Otra cosa que estaba fuera de sitio era el ánimo de Monsignor, parecía sumido en una horrible angustia, como si atravesara una crisis interior, que ya no podía esconder más. La pareja salió intempestivamente del local. local.


Una hora más tarde Leonardo y su joven acompañante compartían un atardecer más, sentados uno junto al otro, compartían un atardecer más, sentados uno junto al otro, en silencio, observando cómo los transeúntes se movían lentamente hacia muchas direcciones. Mientras Leonardo tomaba las manos de la dama y se acercaba lo más que que podía, en busca de su faz, en el tiempo exacto que los últimos rayos del sol exponían los contrastes de ambas siluetas, él la miró profundamente y ella se sintió conmovida, porque sabía que algo pasaba en el interior de aquel hombre maduro. En ese momento ella quiso decirle algo especial para alegrar el alma, una frase sublime para ser recordada por la eternidad, pero Leonardo le cerró los labios con un beso y ella sintió en su boca el sabor amargo de algunas lágrimas que Leonardo había derramado.


Las sombras cabalgaban por el horizonte cubriendo todo a su paso y así, en tanto que las miradas de los amantes aún permanecían entrelazadas, ambos se pusieron de pie para decirse adiós. 


Santiago Marcial Mejía

Tegucigalpa, Honduras C.A

santiagomarcialmejia@gmail.com





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